top of page

Ansiedad

Cómo quieren que lo explique si es algo que me atraviesa y rompe como si de una hoja de papel estuviese hecho mi pecho.
Cómo explicar que nada tiene sentido cuando aflora. Que respire dicen, que me calme aconsejan, y lo que siento no saben ni entenderlo mientras tanto.
No saben lo que significa tener que escuchar comentarios sobre cómo “estás” moviendo la pierna tan rápido que hasta les pones nerviosos, cuando en realidad ni inicias, ni detectas, que tu pie ha cobrado vida propia manejando a su voluntad y ritmo toda la pierna. Cómo se ofenden cuando dices que no puedes controlarlo y que no te habías dado cuenta, como si les tomases por mentirosos porque lo han visto con sus propios ojos.
Ese es su puto problema, que sólo ven con los ojos, ¡joder!
Que tienes el alma rota, la mirada perdida, el cuerpo hiperactivo y tu mente ni siquiera sabe darte un por qué.
Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis…
Cuenta todas las veces que quieras, que te va a servir lo mismo que darte cabezazos con la pared cuando te duele la cabeza.
Un pinchazo en la sien derecha, un tirón en el cuello, un temblor en la mano, una rodilla juguetona desquiciando a la gente de tu alrededor, un picor nervioso en la nuca, un sudor frío en la espalda, unos ojos inquietos que no enfocan un objetivo porque hay demasiado por dentro como para centrarse en una sola cosa de fuera. Todo separado hasta que el cuerpo, como si de una broma pesada se tratase, te lo empuja en conjunto.
Es entonces cuando las noches se vuelven tu mayor refugio. Una soledad silenciosa que te ahoga tanto como te permite destrozarte sola intentando curarte como si de un campo de cenizas estuviéramos hablando. Esos momentos en los que, a falta de un calor humano, un cariño natural y unos brazos cercanos, te toca aferrarte al primer trozo de tela inerte que tienes a mano. Lloras y te descargas, pero cuantos más minutos pasan y tú pierdes dolor a través de las lágrimas, más sensación de no poder salir de ahí te embarga. La carga es enorme, pero no lo había previsto cuando comenzabas a dejarla tomar rumbo fuera. Hasta que llega un momento en el que obligas a tu cabeza a detenerse en seco y sin miramientos, porque sientes cómo algo dentro te va desgarrando por salir, pero los pensamientos sobre las preguntas que te puedan hacer te atormentan y no permites exponerte de esa manera. Y vuelves al inicio, a sentir el vértigo recorrer cada palmo de piel, cada pulgada de mente. Vértigo de no poder controlarte una vez todo salga. Vértigo de saber que el aire puede llegar a quedarse estancado en tu garganta sin darte una tregua o prolongarte como ser. Vértigo de volver a perder el control sobre tus manos golpeando tus sienes en busca de un alivio porque tu cerebro deje de precipitarte a una velocidad insana hacia el vacío injusto. Vértigo de alcanzar una tensión al apretar tus dientes que notas cómo chirría cada uno de ellos, soportando una presión antinatural. Vértigo de que, en otro momento de soledad, bajo la caía tibia del agua de una ducha, la cabeza te grite como si quisiera escapar de donde estás. Vértigo de volver a encontrarte de frente contra los azulejos, como si cada choque sacase algo de dolor de ti. Como si las posibles marcas a dejar fueran prueba de que algo malo te carcome y necesitas sacártelo antes de que se haga contigo.
Miedo de que alguien pierda la fe en ti justo en el momento que más necesitas comprensión, o que la pena nuble la opinión de quienes quieres sobre ti. Miedo de fallar, porque a fallarte comenzaste cuando te quisiste tan poco que permitiste que una montaña de mierda se te adentrase como si no existieran las consecuencias.

...

Ansiedad: Lista

©2020 por Kalus. Creada con Wix.com

bottom of page